"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

1 de noviembre de 2013

Cíclope

© Eugenia Martinez fotografías

Hoy llueve, y todo lo vemos desde abajo de nuestros paraguas. Fondo violeta con lunares blancos, mariposas de colores: un marco anacrónico y permanente para una ciudad que hoy se presenta gris. Es nuestro primer paseo, y sin saber hacia dónde vamos seguimos el trazado de una avenida angosta. A pesar de los paraguas, corremos para protegernos de la lluvia —de un pórtico a una recova, de un toldo a una cornisa—. Cuando la vemos, aunque al principio no sabemos qué es, intuimos que capturarla es ineludible. Nos paramos frente a ella y eso hacemos. Escribimos, sacamos fotos, la fijamos por la fuerza en la memoria. 
La Torre de la Pólvora es prácticamente negra, resalta contra la luminosidad descarada de la Casa Municipal, pintada de amarillo, que parece sostenerla desde un costado. Alguna vez fue una de las trece puertas de la ciudad amurallada. Hoy, como un cíclope ocioso, abre las piernas para que los autos pasen. De la fachada cuelgan seis ángeles, o al menos eso es lo que parecen. ¿Qué otra cosa tendría alas? Alas de oro, absurdas y pesadas, que no los dejan volar.
Tampoco nosotras volamos. Decidimos que tenemos que pasar por debajo de la torre y avanzamos por la vereda angosta. Hacemos a un lado nuestros paraguas (no parece lógico seguir sosteniéndolos sobre nuestras cabezas si ahí dentro no llueve). Por un momento la atmósfera cambia: dentro de la arcada de piedra, olor a humo de los caños de escape, aire caliente, algún turista que se arrincona contra la pared para dejarnos pasar. Al final de ese túnel breve se prolongan la lluvia y la calle.
Seguimos caminando, mojándonos las botas y el pelo debajo de los lunares blancos y las mariposas de colores, buscando la siguiente meta.

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