¿Qué
es el agua para nosotros? ¿Qué lazos no palpables nos llevan a buscarla? Es de
noche y bordeamos el río, caminamos hacia el Puente de la Libertad con la
promesa de ver mejor desde ahí otro de los puentes, el de las Cadenas, el más
antiguo de Budapest. Antes de que existieran los puentes, durante el invierno,
el Danubio congelado podía cruzarse a pie. Durante el deshielo, sin embargo, la
conexión entre las dos orillas desaparecía. Hace más de ciento cincuenta años, la
ofuscación de Esteban Szécheny, un aristócrata que quedó atrapado del lado
equivocado y no pudo asistir al entierro de su padre, fue la piedra fundamental
de ese puente soberbio que ahora es emblema de la ciudad. Si asumimos ese juego
extraño de mirar el pasado, resulta comprensible: la naturaleza imponía
barreras infranqueables. Estos puentes, incluso los antiguos, se tiñen ahora de
luz blanca y eléctrica, son vías rápidas para los autos y buses que los
remarcan. Como si siempre hubieran estado ahí.
El
Danubio deja su marca sobre Budapest y la divide. Los habitantes, los de hoy,
aceptan esa hendidura líquida, se acoplan a ella con una mezcla de arrogancia y
sumisión. Buda, o Pest. Caminamos al lado de vías vacías, pasamos por la puerta
de un restaurante cerrado. Nos abrimos paso entre árboles, sombras y mesas
sucias. Tenemos que apartarnos de la orilla y dar un gran rodeo. Un caos de
cintas rojas y cemento fresco nos recuerda que todo, siempre, está en
reconstrucción. Los autos pasan silbando al lado de nuestro sendero inventado;
una bocina de advertencia encauza un paso errado. Llegamos casi al centro del
puente y solo entonces levantamos la mirada. Las luces a nuestro alrededor
dibujan los perfiles del Parlamento, el Bastión de los Pescadores, el Puente de
las Cadenas. Estamos en medio de un escenario luminoso y los minutos se van en
la contemplación laxa de ese espacio abierto.
No es
usual advertir fisuras en el tiempo. Tener la certeza de que un instante no es
igual a cualquier otro. Sin embargo, algunas veces pasa. A la una en punto, sin
previo aviso, las luces se apagan. Desaparecen el Parlamento, las cadenas de
Scecheny. Hasta el puente en que estamos paradas se evapora, quedamos
suspendidas sobre el río, en el cemento gris. Solo las luces comunes de la
ciudad resisten. Calles y avenidas prosiguen su discurrir torpe de madrugada de
martes, aunque ya sin su silueta de postal.
La
protesta es inútil, y bajamos la mirada para tomar contacto, sin mucha
convicción, con los objetos menos distantes. Los autos que siguen pasando. La
vereda oscura. Cuatro o cinco candados prendidos a la balaustrada. Oxidados, olvidados. Tratamos de adivinar en cada uno
el secreto guardado, imaginamos la mano temblorosa que los cerró, que tiró la
llave al río tal vez para impedir algún destino. Nos preguntamos, en silencio,
qué clase de deseo necesita ser enterrado. Qué clase de secretos esconden el
agua, el fondo oscuro, sus mil llaves ahogadas. Y más allá de los candados,
como si de verdad lo viéramos ahora, el río. El Danubio se despoja de sus sedas
vaporosas y su música. Se vuelve terrenal, un río tan líquido y tangible como
cualquier otro. Ya no hay postal que mirar alrededor, por eso nos asomamos y
miramos hacia abajo.
Nos
damos cuenta de pronto (la verdad siempre es más simple de lo que creemos).
Paradas en la semioscuridad y con los ojos en el agua, lo entendemos sin
esfuerzo. No importa lo que pase arriba, en la ciudad. No importa qué mano
digite el cambio de la luz o el trayecto de un sonido: el río no se detiene
nunca. Ese es su secreto. A ese pacto de perpetuidad nos aferramos.
Abajo
el agua corre, ligera. Olas diminutas y marrones que se escapan, sin parar.
Candados en el agua que pasa, en el agua que divide. Precioso texto que lleva de la mano en el recorrido. Felicitaciones!
ResponderEliminarGracias por pasar y por leer, Marta! Un gran abrazo!
ResponderEliminarqué lindo! qué onda estar a la 1 de la madrugada merodeando el danubio? o sea, hay gente en la calle como en baires? o eran las unicas?
ResponderEliminarRecién veo este comentario. NADIE!! Nadie en la calle a esa hora. Budapest es increíble, Buenos Aires es única. Beijo...
EliminarMe encantó el detenerse a imaginar los secretos que guardan los candados, quien los cerró, el destino de las llaves y la analogía de todo lo q esa idea encierra.. un universo de sensaciones,... Fantástico!!
ResponderEliminarGracias Ariel! (soy un poco lerda para responder los comentarios, jaja)
EliminarUna bocina de advertencia encauza un paso errado
ResponderEliminarmuy buena frase, me gusto, la verdad lo leí con admiración,leer despierta la imaginación,cuantos deseos cumplidos se encuentran en el fondo del río