© Eugenia Martinez fotografías
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Hipnotizadas, hipnóticas. Muñecas que mutan de una rigidez a otra. ¿Qué emociones intentan
suplantar las seis mujeres doradas? ¿Deseo, dolor, entrega? Hipnóticas, como la
música interrumpida de cuando en cuando por el rumor de un tranvía. ¿Víctimas o
tiranas? Es difícil adivinarlo a través de los vestidos armados con miriñaque,
los cuellos rígidos, los antifaces, un abanico, un guante dorado. La pasarela,
encadenada a una plataforma, es de bronce como ellas. El agua del Vltava la sostiene. El puente de Carlos es una escenografía distante, los transeúntes de
la rivera una audiencia involuntaria. Ellas siguen distorsionándose en una
nueva figura cada vez, muñecas de una caja de música oxidada que gira con
esfuerzo, por instantes deteniéndose.
Después de unos minutos la música termina. Ellas caminan en fila lentamente, otra vez humanas. Se quitan los vestidos, se escurren fuera de ellos envueltas en calzas y poleras marrones, ajustadas al cuerpo. Los vestidos, endurecidos por los miriñaques, armaduras sin mujeres, quedan parados sobre la plataforma, vacíos. Alguien los cubre con una lona azul.
Después de unos minutos la música termina. Ellas caminan en fila lentamente, otra vez humanas. Se quitan los vestidos, se escurren fuera de ellos envueltas en calzas y poleras marrones, ajustadas al cuerpo. Los vestidos, endurecidos por los miriñaques, armaduras sin mujeres, quedan parados sobre la plataforma, vacíos. Alguien los cubre con una lona azul.
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