© Eugenia
Martinez fotografías
Bordeamos
el río. A nuestra derecha, el agua del Vltaba hace ruido, un murmullo que suena
a mar. Espejos que se entrecruzan en desniveles extraños, una represa. Los
catamaranes que avanzan mansamente, derraman sus luces borrosas en el reflejo
del agua. Una tarima de grandes troncos cubierta de gaviotas que gritan con vigor
histérico. El castillo en el fondo. La fuerza está ahí: la mirada obligada que
se opone a los trayectos anónimos.
Del
lado izquierdo, simplemente, el camino. No hay monumentos, no hay estatuas ni relojes.
Solamente trayectos insignificantes. Caminos de hojas caídas, ahogadas en la
lluvia. Un sendero empedrado que baja, salpicado de faroles a duras penas
encendidos. Un jardín de setos, tilos entre sombras. Trayectos que serán
borrados, que dejarán solo una huella parcial, una sensación confusa y
guardada, la retención poco eficaz de una foto que algún día no podremos
identificar.
Muy buena la descripción.
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