* 1999.
Era una noche
bastante fría aunque recién estábamos en abril. Llegué a casa y subí las
escaleras del edificio envuelta en el azul pálido de las luces de emergencia.
Comprobé al entrar al departamento lo que había querido negar mientras subía: tampoco
en casa había luz. Bajé a comprar velas y volví a trepar los tres largos pisos de
escalones gastados.
Encendí tres
velas y las puse sobre la mesa, tal vez solo para recuperar las
referencias espaciales básicas en medio de esa negrura. Bajo su luz amarilla y
álgida me recosté a pensar, ya que no podía hacer otra cosa.
Entonces sentí los pasos en la escalera. Primero entusiastas, después más
tranquilos y finalmente exhaustos: la secuencia previsible que repetíamos todos
para llegar a ese refugio con alma de ático. Esperé a que golpearan para ir
hasta la puerta. Como en un rito exánime pero necesario, aunque había
reconocido los pasos y las voces veladas, pregunté quién era antes de abrir.
Papá y mamá entraron, todavía sin aliento, saludándome y hurgando en cada
rincón de lo poco que se veía del departamento. Nos sentamos a
la mesa y serví café.
Tuvimos una de
esas conversaciones largas en que nos enfrascábamos, siempre café mediante,
cuando yo volvía a casa después de varios meses en Buenos Aires. Después de
tanto tiempo sin vernos ese primer encuentro era reconfortante. Desandábamos
silencio y distancia, volvíamos a enlazar los hechos como si reordenáramos las
figuras de un tapiz. Yo me sentía grande, ellos se daban cuenta.
Nunca supe
cuánto tiempo transcurrió. El departamento oscuro, las tres velas encendidas y
el olor del café, portador de las huellas de un tiempo distinto, mejor. Extraño y posible al mismo tiempo.
Se fueron como
llegaron, envueltos en sonidos conocidos. Todavía hablaban y se reían un poco
cuando desaparecieron en la oscuridad de la escalera, hacia la calle.
Volví a
recostarme en la cama y cerré los ojos. Pensé en cuánto los extrañaba todavía.
Anita... hermoso!!!!!
ResponderEliminarNacho
Yo tambien...
ResponderEliminarYo también...
ResponderEliminarHermoso, Ana, se siente el aroma del café y el calor de otra época, en efecto. Grande abrazo!
ResponderEliminarGracias Cire!! Abrazo a vos! Ana
Eliminar