"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

28 de julio de 2013

Leer contra viento, marea y caca de perro

Ya nos lo han dicho hasta el cansancio: las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo. Cuando llevaba pocos meses en esta ciudad salimos una tarde a caminar por Congreso con mi amiga Diana. Mientras admirábamos cúpulas y frentes de edificios antiguos, dije ¡Qué lindo es Buenos Aires cuando mirás para arriba! ¿Por qué no lo hacemos más seguido? Diana, menos dada que yo al romanticismo bobo y con la contundencia que la caracteriza, me dio la respuesta justa: “Es que si mirás para arriba, pisás caca de perro”. Y tenía razón.

Convengamos, entonces, que no es simple caminar por esta ciudad y sus alrededores, incluso con los ojos bien abiertos: baldosas flojas o simplemente rotas, basura, bordes salientes, agujeros y por supuesto, los ya mentados regalitos caninos.

Pero la idea no es dedicar estos párrafos a esos obsequios, generosa y estratégicamente —todos lo hemos comprobado alguna vez— distribuidos por las veredas. No lo merecen. Mucho más interesante es hablar de los transeúntes que oscilan esquivándolos, y entre ellos, de los que lo hacen leyendo un libro.

Creía que era una de las pocas personas capaces de leer caminando, pero ocurre que en estas semanas me crucé al menos a media docena de especímenes capaces de lo mismo, lo que de alguna manera renueva mi fe en la humanidad. Yo estoy bastante orgullosa de mi técnica, pero lo que vi, honestamente, era para quitarse el sombrero. Personas de edades dispares cruzando en diagonal calles empedradas o doblando esquinas en ochava como si llevaran rollers, todo sin sacar los ojos del papel. Y me sorprende, porque al menos en mi caso las ocasiones para el entrenamiento son pocas. Lo tengo que decir, muy pocas. Concretamente, una o ambas de estas situaciones:
a) El libro está a punto de terminar, y no solo me partió la cabeza sino que con el final está a punto de partírmela otra vez.
b) En el libro está a punto de ocurrir algo realmente importante: un asesinato seguido de descuartizamiento, un naufragio, un encuentro amoroso largamente esperado, un desastre natural de proporciones míticas, etc.

En esas circunstancias, entonces, tener que estar yendo hacia equis lugar (porque la vida de uno tiene esa curiosa costumbre de discurrir sin pausa) termina siendo secundario a todo. Lo importante está en la historia que se nos cocina entre las manos: en el librito de tapa encerada que todavía ni tuvo tiempo de ponerse viejo, o en ese atado vetusto y polvoriento, rescatado del último estante de una librería de usados en Corrientes, que sostenemos con miedo a que se desarme en plena combinación con la línea A.


La historia sigue, y lo de alrededor no importa casi nada. Pasamos del bondi, colgados de uno de los caños en el fondo, cerca del timbre, al subte. En el subte no solo no nos tocó viajar sentados, sino que formamos parte de un magma indisoluble de pasajeros con los codos pegados al cuerpo. El poco aire que queda se desliza hacia arriba como un aliento tibio y ahí asoma el libro. Estiramos el cuello y seguimos leyendo. Alguno espía el texto furtivamente, de pura envidia. Nos damos cuenta y lo dejamos: es la confirmación de que ese día estamos más allá de todo. Bajamos y la seguimos en el andén, en la escalera mecánica, en el hall de la estación. Y finalmente, en la calle. A los demás les puede parecer un espacio hostil y lleno de peligros. A nosotros no. Basta una mirada de pocos instantes para trazar un mapa mental de los posibles obstáculos. El resto es sortearlos en base a esa imagen guardada, mientras los ojos ya están con otra cosa. Con el descuartizamiento, o con la escena de amor. O con el naufragio. Contra viento y marea. Y contra caca de perro. 

2 comentarios:

  1. Laura Maria Ayala ¡¡me gustó!! ¡ eso es así! bien Ana por poner en palabras algo que uno hace a menudo, aunque aún no logre caminar y leer a la vez, hace poco escuché que C. Piñeiro y su hija lo hacían....

    ResponderEliminar
  2. jaja!!! buenisimo! yo lo hacía! cuando era mas joven, antes de necesitar anteojos para leer y antes de tener una hija ... Gabi Pelze

    ResponderEliminar