"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

20 de diciembre de 2011

Palabras robadas: "La máscara de Ripley"

"La máscara de Ripley"
Patricia Highsmith - 1970


En 1999 se estrenaba una película que muchos recordarán no solo por la belleza de los escenarios y lo exquisito de su banda sonora sino también por su trama perturbadora. En soberbios veleros sobre aguas aturquesadas y con sus blancos atuendos, Matt Damon, Jude Law y Gwynett Palthrow se trenzaban en una sombría y vertiginosa cronología que no acababa nada bien. “El talento de Mr. Ripley”, novela que Patricia Highsmith escribió en 1955, fue la obra que dio vida a esta película –hubo otra antes, en 1960, protagonizada por Alain Delon. Quince años después, en 1970,  llegó “La máscara de Ripley”.
Siempre tras los engaños y las estafas que le permiten mantener su sofisticado nivel de vida, casado con una mujer hermosa y rica, dedicado con entrega a un profuso hedonismo entre las bellas paredes de una mansión en la campiña francesa, Tom Ripley vive de sus aciertos del pasado y de algunas elaboradas estafas en el presente. La última: ha conseguido hacerle creer al mundo que un pintor de cierto renombre -que se suicidó arrojándose al mar-, en realidad sigue vivo. Tom y sus cómplices, haciendo gala de una creatividad que huele demasiado a un juego con muñecas, han creado alrededor de la figura del pintor una serie de circunstancias convenientemente atractivas: Mr. Derwatt es entonces, en virtud del camelo, un excéntrico que vive recluido y consagrado a su arte en una aldea desconocida en México. Un pintor anónimo, antiguo amigo del verdadero Derwatt, es el encargado de imitar el estilo del desaparecido y producir los cuadros con cuya venta Tom y sus amigos ganan un buen dinero.
Pero todo se complica cuando el comprador de uno de esos cuadros cree descubrir el engaño y empieza a hacer preguntas. Otros (los amigos de Tom, por ejemplo) buscarían deshacerse del problema con más mentiras, huyendo, incluso confesando o renunciando a la estafa, pero Tom Ripley no es de los que escapan. A él no le tiembla el pulso a la hora de borrar de un plumazo aquello que le molesta.
Hasta aquí podríamos estar tentados –casi nadie nos juzgaría por eso– de quedarnos en la superficie, en la llanura fértil de la historia criminal, los devenires del suspenso y los reveses de la suerte. Pero todavía más interesante es internarnos en la psiquis intrincada del personaje principal y en el grupo de notas armoniosas que emiten junto a él los personajes secundarios.
El de Ripley: un vacío oscuro o peor que oscuro, un vacío nunca explicado. Un hombre de espléndido aspecto físico pero de lóbrega naturaleza, desprovisto de sentimientos y a la vez extrañamente pasional. Alguien capaz de cometer asesinatos a sangre fría sin más remordimientos que la preocupación por dónde esconder el cadáver. Una suerte de niño grande que puede apaciguar con los acordes de Mendelssohn una furia que no por silenciosa es menos escalofriante.
El entorno, en extraña consonancia, goza de fluctuar entre una frialdad en franca connivencia y, en el mejor de los casos si hablamos de moral, reacciones candorosas y escandalizadas. Como en un juego de claros y oscuros todos, buenos y villanos, parecen sostener al Sr. Ripley. Como si supieran que es necesario que alguien se encargue de “esas cosas”, que alguien asuma la tarea incómoda de personificar, cual chivo emisario, los deseos y goces secretos de quienes, si pudieran, simplemente tomarían de la vida lo que consideran que les es debido.
Hay un último regalo que nos hace Highsmith –aunque habrá que ver si debemos agradecerle esto a su pluma o simplemente a las bondades del punto de vista narrativo-: la autora nos pone en la piel de Tom Ripley por lo que terminamos, increíble e inevitablemente, tomando partido por él. Suspirando aliviados con sus triunfos, sudando junto a él con cada escollo en el camino.

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