“Purga”
Sofi Oksanen - 2011
Aliide sólo puede pensar en cómo matar a esa mosca que acaba de ver. Peligra la comida, peligra su salchichón sobre la mesa de la cocina. Las moscas y sus malditos huevos, arruinándolo todo. Pero mira por la ventana hacia al jardín y ve un bulto. ¡Una persona! ¿Será una trampa? ¿Un señuelo? ¡Querrán robarle? Es una muchacha llena de magulladuras, desorientada, vestida en forma estrafalaria, con un acento extraño. La ayuda a regañadientes, escucha su historia con desconfianza. Se va gestando entre ellas un vínculo incierto, de bordes filosos. Zara no está ahí por casualidad: aprieta firmemente, escondida entre la ropa, una foto, una suerte de lazo. Y mientras tanto, la mosca se ha salido con la suya.
Esta joven autora finlandesa nos somete a un ejercicio fascinante. Nos lleva de las narices a las zonas rurales de una Estonia hostil, recién independizada en los noventa. Nos arrastra al pasado comunista de esa misma nación cincuenta años atrás, o al corazón del orgullo soviético en una ciudad rusa hace no mucho tiempo. Nos somete a las vicisitudes de un amor que se concibe ya enfermo, que pudre corazones, corroe almas y tiende sus tentáculos viscosos hasta un presente en el que, tal vez, haya una oportunidad de cambiar las cosas.
En un relato que subyuga y atrapa hasta la última línea, Sofi Oksanen nos sumerge en la conciencia de sus personajes retratándolos desde sus actos más insignificantes, desde su relación con los objetos, con el espacio, con las pequeñas adversidades del mundo físico.
“Se alisó el pelo sin siquiera sentir la mano. Mírame. Se mordisqueó los labios para que se le enrojecieran. Podrían dar la vuelta con naturalidad y volver a pasar por delante del muro. Mira hacia aquí. Mírame a mí. El hombre se volvió hacia ellas y dejó de hablar justo cuando Ingel se daba la vuelta para ver qué retenía a su hermana, y en ese instante el sol alcanzó la corona de su cabello y… ¡No, no! ¡Mírame a mí!... Ingel irguió el cuello, lo hacía a menudo, y parecía un cisne, levantó la barbilla y se miraron el uno al otro, el hombre e Ingel. Aliide supo entonces que él nunca se fijaría en ella…”.
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