En el campo de la lingüística se define “pragmática” como el conjunto de habilidades que permite a un hablante adecuar su lenguaje al contexto. No hablamos de la misma manera con nuestro jefe que con nuestros amigos, o con nuestros hijos; no usamos las mismas palabras ni el mismo tono; elegimos qué contar y a quién; respetamos los turnos de habla; enviamos determinadas claves de nuestro lenguaje corporal en ciertas situaciones y no en otras; deslizamos nuestro lenguaje más soez en una reunión en la que abunda la cerveza y en cambio, nos armamos de unos cuantos eufemismos a la hora de tratar de parecer más diplomáticos -a riesgo, claro, de quedar pegados a la imagen de Ned Flanders-. Dicho de otra manera, la pragmática sería algo así como un manual de "ubicación lingüística". Está siempre ahí. Casi no la vemos. Hasta que falla.
Cuando alguien atraviesa ese tendido invisible que separa lo que se debe hacer de lo que no, lo detectamos inmediatamente. Pensamos: “Qué tipo más raro” “¿Viste lo que me dijo?” “Qué personaje…”. Por supuesto, hay una enorme cantidad de factores que inciden en la pragmática e incluso la exceden: la edad, el sexo, el nivel socioeconómico, la educación, las características de la personalidad. Es decir, no hay un consenso universal y parejo. Muchos añorarán las épocas en que cualquier persona dedicada a la atención al cliente mantenía una presentación personal impecable, una gélida amabilidad y un total hermetismo acerca de sus opiniones personales. Nada que no estuviera en aquella suerte de guión preescrito se deslizaba en su lenguaje. Parte de eso sobrevive aún en los speachs de los call centers –y poco importa que uno crea estallar de ira ante la inflexibilidad de un menú de opciones pregrabadas o la explicación sorda y cerrada del operador que está del otro lado de la línea-. En el otro extremo, hoy podemos pararnos en la caja del supermercado y ver cómo la cajera nos ignora olímpicamente mientras se despereza y le cuenta a la de al lado que la noche anterior casi no durmió porque salió con el novio. ¿Deterioro de los buenos modales o avance, a los tumbos y casi sin querer, de la espontaneidad? Vaya uno a saber.
Pero hay otra habilidad pragmática, más sutil y sofisticada: la de teorizar acerca de lo que el otro sabe. Tener una idea de qué se le pasa por la cabeza a quien tenemos en frente y ajustar en base a eso nuestra conducta. Lo que llaman “teoría de la mente”. También puede fallar, y en este sentido, pongamos por ejemplo el de las casas de comidas rápidas. Mac Donalds, específicamente (¿es que acaso hay otra?). Hay un léxico intrincado y preciso que pareciera figurar en los manuales de entrenamiento de estos veinteañeros que, muñidos de uniformes, corbatas y pines relucientes, corren con vasos de Coca Cola intentando alcanzar un aumento en su paga por hora que se mide en centavos. Ellos conocen este lenguaje, y parecen olvidar que el resto del mundo, no. Observé hace unos años cómo le informaban con naturalidad a una clienta extrañada que su ensalada estaba guardada en el “Bariloche” (“heladera” en buen criollo). Hoy en día, pretenden que un atribulado padre que intenta comprar cajitas felices haya nacido sabiendo que las “nuggets” son patitas de pollo, o que uno sepa que un "cuarto de libra" es una hamburguesa con queso glorificada. Eso sí: de su vida personal es probable que jamás sepamos nada. Y nunca podremos reprocharles que hayan olvidado agradecer nuestra compra o desearnos buenas tardes -aunque sepamos que la obligatoriedad de este paso está descripta en el dichoso manual, so pena de temibles castigos-. De espontaneidad, ni hablar.
Pero no todo está perdido. La semana pasada una de estas chicas, instalada en un puesto de “AutoMac”, coronada por una diadema con auricular y micrófono, dejó escapar un regalo inesperado. Amparada tal vez en la lejanía relativa de los clientes en sus autos, tal vez en el vientito que se metía desde la calle y sembraba la confusión, la chica le pidió algo a su interlocutor -invisible al otro lado del auricular- con una dicción inequívoca y tajante: “Che, boludo, no me grites”.
¿Falta de pragmática? Si. ¿Falta de naturalidad? Para nada.
hola ana, estuve leyendo un poco tu blog, me encanto!!! felicitaciones.. ya seguire, voy de adelante p´atras! Jessica Junyent
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ResponderEliminarMuy bueno Ana!!!!! María Laura Ayala
ResponderEliminarMuy bueno, y con ese remate mejor. De todas maneras muchas veces hay que escuchar a los grupos de adolescentes dentro de un auto haciendo el pedido en el AutoMac, ninguneando a quien lleva el auricular con mic. Y en algo debo disentir, encontrando en Burger la única casa de comidas rápidas, ja!!! Saludos!
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