La idea lo miró, desafiante y juguetona, desde el rincón del cuarto al que había escapado con un salto sorpresivo, justo antes de que él alcanzara a escribirla en el papel. Él la miró también, midiéndola de lejos, casi perdonándole en la contemplación aquéllas claras intenciones que tenía ella de escurrirse para siempre. Es que era perfecta: ni muy alta ni muy baja, redondita. De esas que mordían de placer, que lo hacían despertarse de noche, afiebrado de entusiasmo. Y se le había ocurrido a él solo, sin ayuda de nadie. Pero justo cuando empezaba a paladearla, cuando ya tenía las palabras en la palma de la mano y estaba a punto de darles forma, el bebé había llorado. Y la idea había aprovechado la confusión, la breve vacilación de él, para quedar fuera de su alcance.
El llanto del bebé apenas se había insinuado desde el otro cuarto a través de la puerta entreabierta, pero era el preludio inconfundible de uno mayor, uno sin remedio ni retorno que marcaba el final inevitable de la siesta. Él le dio a ella una última mirada. Todavía estaba parada en la esquina opuesta de la habitación. Giró sobre sus talones resignado y mientras caminaba rumbo al cuarto del bebé vio con el rabillo del ojo cómo ella se lanzaba hacia la ventana entreabierta. La oyó soltar una carcajada al tocar la vereda, antes de salir corriendo con saltitos cómicos.
Entró en la habitación del bebé cuyo llanto, que ya había estallado en forma franca, menguó ante su presencia tranquilizadora y el abrazo que vino después. Y mientras sonreía, fundido en aquel abrazo, miró una vez más hacia afuera y todavía logró verla.
Ya te voy a agarrar, vas a ver, pensó, y siguió abrazando al bebé. Ella lo miró también, burlona, mientras se alejaba envuelta en el revoloteo de sus piernas largas y sus pestañas sugerentes. Así la vio partir, desaparecer, escurrírsele como arena entre los dedos.
Apretó el abrazo todavía más poniendo besos y susurros en las orejitas del nene.
Otra vez sería.
Otra vez sería.
Me encanta cómo escribes, te pareces a mí jejejej
ResponderEliminarqué lindo, Ana. Tengo una particular simpatía por los cuentos cortos y más si logran ponerme en escena e imaginarme todo lo demás sin tener que describirlo. V.O.
ResponderEliminarme encantó...;) Gracias! P.L.
ResponderEliminarUy, creo haberme sentido identificado con él, jaja! Muy bueno, mis Saludos!!!
ResponderEliminarQué buena historia!!! La personificación de la idea me subyugó. Y sí, a veces pasa que no se puede plasmarla, por eso nunca está demás la sentencia: "ya te voy a agarrar". Y también a veces pasa que esto sucede... ;)
ResponderEliminarJ&R
J&R: gracias! Igual ustedes no parecen tener problemas con plasmar ideas... Besos!
ResponderEliminarSebas:
ResponderEliminarY... no te olvides de que te ví con tu hijo el otro día. En cualquier momento te paso tu parte del royalty (cuanto alguien me lo pague a mí, jajaja!). Saludos!
Que lindo ese momento en que aparece la idea, que de pronto podemos intuir entera, perfecta, y salvaje... Y tratamos de aferrarla desesperadamente, domesticarla, darle una forma, explorarala del derecho y del reves para sacarle todo lo que tiene para dar... Pero aun cuando el llanto del bebe no haya intervenido, cuando nadie nos interrumpa ese magico momento, jamas la idea domesticada nos parecera tan buena como la intuimos en su estado salvaje.
ResponderEliminarSi lector-escritor (o espectador-director) siempre comparten fugazmente un mundo desde una esquina, en este caso leyendote voy mucho mas alla porque conoci el mundo desde una esquina bastante proxima a la tuya (o a la de esa "otra" detras tuyo), y eso hace que me me lea un poco tambien en lo que escribiste.
Beatbum
Muy lindo! Me gustó ver la elección inclinarse por el abrazo y los besos!
ResponderEliminarNacho