Tenías muchas veces un cigarrillo en la boca, el pelo desaliñado, los gestos rápidos. Eras descomunalmente alto, pero cabías en el fitito verde. Decías que las personas se dividían en perros y gatos. Los gatos, astutos y huidizos; los perros, pura bondad y entrega. Y vos eras perro, no había ninguna duda. Los ojos marrones y buenazos, la sonrisa torpe cuando decías cuánto nos querías, como sin saber dónde meterte. De lo tangible me queda poco. La reconstrucción torpe de tu cara, que sostienen con más fuerza las fotos que mi memoria. Tres o cuatro frases de una charla que tuvimos, de noche, en la ruta, yendo a Jaramillo en una camioneta Ford. Tu voz, que sale de un cassette pesado y blanco y me pregunta cómo me llamo. Yo contesto mi nombre y digo que tengo doce. Te extraño, viejo. Mucho.
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