"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

16 de octubre de 2010

Los chicos del río: ¿Vivir en el borde?

Me gusta mezclarme con la gente. No niego las bondades de un lindo jardín, de la parrillita para un buen asado, de la codiciada pileta de natación que nunca tuve pero que siempre proveyeron amigos o parientes más suertudos que yo. Pero de todos modos a mi me gusta mezclarme con la gente. No me asustan esas plazas llenas de personas, o los paseos caóticos por el puerto de frutos, o esos torrentes humanos de los domingos que buscan un lugarcito cerca del agua o debajo de un árbol para sentarse a tomar unos mates. Me gustan, porque me gusta la gente. Los que se me parecen, y también los que son diferentes.
El jueves último, Telenoche difundió una nota titulada “Vivir en el borde”. Hace meses que un grupo de personas, nucleadas en la asamblea “Unidos por el río”, hace frente al avance del llamado “vial costero” en la costanera de Vicente López. Algunos han acampado en el lugar para mantener una presencia constante y evitar el avance de las obras. Y en ese juego de palabras de dudosa genialidad, fueron presentados como los que viven “en el borde”. En el borde del río, y de la vida.
Pero yo pregunto: ¿viven en el borde? ¿qué es el borde? ¿el borde según quién?
El sociólogo y escritor español Josep Vincent Marqués, en su libro “No es natural”, da cuenta de un fenómeno humano: la tendencia a atribuir a nuestras vivencias cotidianas el carácter de natural. Cuántas veces decimos que tal o cual cosa “es la ley de la vida”. Que seamos heterosexuales, que tengamos hijos, que ostentemos determinada religión, que vivamos en casas. Pero, dice Marqués, deberíamos ser conscientes de que “las cosas podrían ser, para bien y para mal, distintas”. Que nacemos, crecemos, nos reproducimos (a veces) y morimos, pero el modo en que hacemos todas esas cosas, la manera en que lo social nos atraviesa y da forma a nuestro quehacer humano, podría ser absolutamente diferente de lo que conocemos como “natural”. Y por eso, exactamente por eso, existe la diversidad. Por eso las personas eligen vivir de mil modos diferentes.
El problema surge cuando lo diferente nos produce temor. Porque cada uno de nosotros construye el mundo que considera necesario, o el que le enseñaron que debía construir. Ese es su mundo seguro, y la presencia de un otro diferente se percibe a veces como una amenaza. Porque el otro encarna todo aquello que no elegimos, todos esos mundos posibles que no son el nuestro. Entonces, surgen los bordes. Porque para que exista un borde debe haber un centro, el centro de nuestro mundo. Cuando nos dejamos ganar por el temor construimos los cercos que nos separan del resto. Entonces claro, no es natural vivir de ese modo, vivir en ese borde.
La gente de Telenoche, cuyas intenciones no eran quizás necesariamente malas, eligió hacer hincapié en este aspecto. Pero podrían haber hablado de otras cosas. Podrían haber resaltado la enorme desprolijidad con que se permitió la realización de esas obras. Podrían haber mencionado cómo los nuevos edificios taparán la luz del sol, afearán el paisaje, negarán el acceso a la costa del río. Podrían haber contado que estos chicos que acampan cerca del río hablan de separar la basura, de reciclar materiales, de usar más la bicicleta, y cómo dictan talleres con los que buscan concientizar a la gente sobre esas y otras cosas. Podrían haber hablado de las marchas, los festivales, las campañas de información para sumar a los vecinos a la protesta. Podrían haber recordado que muchos vecinos, en un partido que tradicionalmente se caracterizó por la cerrazón, se acercaron a participar de las diversas formas de protesta. Podrían haber hablado de las numerosas y violentas represiones policiales que tuvieron que soportar. Podrían haber dicho que durante estos meses se armaron grupos de amigos, se formaron parejas, se codearon arquitectos y artesanos, abogados y malabaristas, actores callejeros y oficinistas, aportando cada uno de ellos lo que sabe hacer a una causa común.  Podrían haber contado que como todo grupo humano, han tenido fallas, quiebres, diferencias, han generado adhesiones y rechazos, odios y simpatías, pero que han permanecido a lo largo del tiempo peleando por lo que consideran justo: la defensa de los espacios públicos. Porque todavía tienen la lucidez de acordarse de que es en las plazas, en los parques, en los bordes de los ríos donde las personas toman contacto con la naturaleza pero sobre todo donde las personas se relacionan, se encuentran. Donde los acordes de la cumbia se mezclan con los de una guitarra que recuerda viejas canciones de rock nacional. Donde los que bajaron de una cuatro por cuatro y los que estacionaron un viejo Renault doce toman mates a escasos metros. Donde personas de todas las edades, clases sociales, religiones e identidades sexuales cruzan sus caminos.
Allí donde me gusta ir de vez en cuando, aunque sea un quilombo, aunque tenga que correr detrás de mis hijos entre la gente, aunque el calor castigue, aunque despotrique porque algunos tiran basura o porque instalé la lona justo arriba del regalito de un perro.
Allí donde los que son como nosotros y los que son absolutamente distintos a nosotros, se mezclan por igual

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