El hábito del tiempo
Giselle Aronson
Ed. Azul Francia - 2021
Si nos estiráramos hasta alcanzar
del estante más alto, con la punta de los dedos, una caja... Si la bajáramos
con cuidado, sentados en el piso. Si la pusiéramos frente a nosotros rodeándola
con las piernas, si la abriéramos. Si sacáramos del fondo unas cuantas fotos,
perdidas entre boletos capicúa, invitaciones a casamientos, envoltorios de bon
o bon. Si las miráramos, una por una, como quien recorre una galería de cuadros
y se propone desgranarlos con los ojos, encontrar en cada uno algo perdido, una
falla hecha de una sustancia oscura, un fragmento de soledad que suena
demasiado a algo propio. Si hiciéramos todo eso, se parecería mucho a la
experiencia de lectura de estos dieciocho cuentos de lacerante belleza.
El hábito del tiempo (Ed. Azul Francia, 2021) nos pasea por esa
belleza y en el paseo nos lastima, pero a un tiempo nos ilumina. Se abre paso y
despliega los instantes de zozobra (o lucidez) de un puñado de seres, pero
sobre todo, de un puñado de mujeres.
Nos llegan entonces los distintos
derroteros del pulso y del silencio. Un pasado histórico que nos dolerá
siempre. Ver que lo que se construye tarde o temprano se extingue, se aleja río
abajo. Seres que atraviesan y resisten, mujeres que buscan, que poseen y
alcanzan, o quedan atrapadas en un nudo. La que se mira en el espejo y se ve
presa de una máscara que marca las horas. La que no se reconoce. La que se sabe
en la recta final y se aferra al pasamanos. La que posterga la escritura como
quien aplaza una vida auténtica, llena de colores vibrantes. La que ve nacer la
noche desde el banco de una plaza en una pausa prohibida que, se pregunta, le
importará cuánto y a quién. El lugar que ocupamos en la crianza de los hijos,
en el cuidado de los padres, en la odisea de los vínculos: todo lo que
perdemos, todo lo que nadie ve —la mayor parte de las veces, ni siquiera
nosotras mismas—.
En estas pinceladas confluyen
todas las Aronson: la activista, mujer, hija, madre, escritora, la terapeuta
que acompaña el lenguaje con más lenguaje, y ese es su mayor regalo.
El andamiaje oculto es, por
supuesto, el tiempo. Allá en el fondo está la muerte, decía Cortázar en sus
Instrucciones para dar cuerda a un reloj. Y vaya si estaba en lo cierto. Porque
ese tiempo que se agarra de las muñecas, que sostiene, contiene, empuja,
amordaza, persigue… ese tiempo se hace latido y quietud. Hábito y condena.
Pero también, hay que decirlo, se
hace puente y se hace camino.
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