"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

18 de febrero de 2014

Los zapatos y el agua




Un transeúnte desprevenido podría mirar desde lejos y pensar que son palomas. Una bandada distraída que momentáneamente se olvidó de volar y ocupa el suelo, montículos oscuros sobre la ribera de cemento. Vería al acercarse que en realidad son zapatos.

Después de la ocupación alemana de Hungría en marzo de 1944, en un lapso de pocas semanas, más de cuatrocientos mil judíos fueron deportados a Auschwitz. Por los designios del odio y de la guerra se actúa rápido: instrumentar prohibiciones, deportar, plantar una estrella de David en un brazo, ejecutar. En octubre del mismo año, miles fueron asesinados a orillas del Danubio. Antes de dispararles, se les ordenaba quitarse los zapatos. En 2005, la obra de los artistas húngaros Gyula Pauer y Can Togay quiso honrar su memoria.

Hoy las orillas están tranquilas. El rumor cercano del tráfico bordea las riveras, zumban los barcos a vapor. El mundo se rearma, cada vez, con cierta obstinación, pero a medida que nos acercamos esos sonidos se extinguen y el silencio nos sofoca. Ya no es posible hablar, las palabras se convierten en un nudo que cierra la garganta y se vuelve absurdo.

Parecen reales, caídos en un descuido. Atacados por años de lluvia y viento miran hacia el río, se amalgaman en una confusión de cueros gastados y cordones sueltos, tacos bajos, verdín y polvo. Sabemos que están ahí para guiarnos con precisión, sin solemnidades, en el ejercicio de la memoria. No podemos ni queremos desoír ese mandato. El olvido es peligroso, nos decimos. Nos quedamos calladas, ya sin poder mirarnos, y la imagen de los cuerpos heridos de frío, descalzos, ofrendados a un destino de agua, resulta impostergable.

Son de hierro, pero el mundo de los vivos consigue atravesarlos: un cordón de color turquesa que resalta en la monotonía, flores que se secan, pequeñas piedras, restos de velas. Muchos retienen agua de la última lluvia, como si así lograran vencer la orilla seca y apropiarse un poco del río. Casi todos son de hombre o de mujer, pero algunos, unos pocos, son de niño. Deseamos no encontrarlos, desde el principio. Creer que el azar pudo tal vez salvarlos. Pero están ahí, como los otros, escondidos entre ellos. Más chiquitos, más perdidos.

En un punto sentimos las piernas cansadas. Necesitamos sentarnos, rearmar nuestra presencia. Seguimos sin poder hablar. Podríamos ignorar las huellas concretas de la historia sobre el espacio y prestar atención solo al presente, a la experiencia de los sentidos en un instante preciso. Pero ahí todo está mezclado. Nuestras botas de colores y esos zapatos abandonados.

Nos levantamos. Siempre habrá voces, lo sabemos, que desdeñen el exceso de memoria, que prefieran mirar solo hacia adelante. Caminamos entre los zapatos una vez más, zigzagueamos en avances y retrocesos, mezclamos con ellos nuestras superficies, la textura de lo nuevo. Y ensamblamos en silencio quizás la misma idea: cualquier cosa —el exceso, la obsesión, aun la memoria convertida en banalidad— es mejor que olvidar. El olvido es peligroso, volvemos a decirnos, y nos alejamos lentamente. 

Aunque empezamos a apropiarnos de a poco de los sonidos de la ciudad, caminamos pegadas a la orilla, sobre una cinta de cemento claro entre amarras oxidadas y agua. Como si no pudiéramos abandonar del todo el río.




7 comentarios:

  1. Muy bueno Ana y hermosamente escrito

    ResponderEliminar
  2. Gracias Javier! Las fotos son de Eugenia, la amiga con la que hice el viaje. Beso grande!

    ResponderEliminar
  3. (Daniel Montero) De pronto recordé las palabras del General Eisenhower cuando vio a los sobrevivientes de los campos de concentración y dijo a sus hombres: "‘Que se tenga la máxima documentación – hagan películas – graven testimonios – porque, en algún momento a lo largo de la historia, algún idiota va a erguirse y dirá que esto nunca sucedió". Por eso la memoria es nuestra única "arma" para recordar, y evitar que esta y otras atrocidades vuelvan a suceder. Creo que es lo más sabio que le escuche decir a un militar.

    ResponderEliminar
  4. Uau!!!!
    " se todos fossem iguais a você..."( Vinicius de Moraes)
    Se pelo menos mais gente pudesse ter a sensibilidade e conseguisse encontrar as palavras como a Ana, o perigo do esquecimento seria menor...
    Estou agora na margem do Danúbio...difícil será voltar para o resto do dia...
    Precisarei me oferecer alguns minutos de silêncio.
    Parabéns Aninha!
    Carinho
    Angelica

    ResponderEliminar
  5. Muy conmovedor! Llegué a tu blog por obra y gracia de mi deporte de chusmear en feisbuc ajenos (soy la amiga de Mariana...) Te llevo a mi Feedly. Besos.

    ResponderEliminar
  6. Excelente Ana, por un momento me transporté en el tiempo y luego sentí como ai hubiese estado caminando con euge y vos x el lugar experimentando la vivencia del horror a través de la menoria

    ResponderEliminar