"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

23 de septiembre de 2016

A la hora de las lágrimas en el parque de enfrente



A la hora de las lágrimas en el parque de enfrente las mujeres van llegando, solas o en pequeños grupos, ya llorando desde la esquina o desde la entrada del metro con ese silencio minucioso de sollozos contenidos y chales de macramé. Ese que se oye igual, que habita el espacio por ausencia, por agonía conocida.
Se cubren la cabeza casi todas y se sientan en los bancos frente a la laguna de cisnes o alrededor de los canteros de lavanda. Algunas, ya sin lugar para sentarse, se amontonan abrazadas por los senderos de lajas apretándose el pañuelo. El pulso continuo de la ciudad alrededor no las toca. Ellas a él, tampoco.
Lloran un rato largo, casi sin moverse. Susurra apenas la ropa blanda, una mano acomoda el pelo al costado de una cara ajena. Brillan ojos húmedos de sal y escapa algún gemido suave de final de llanto. Y pronto un estallido suave, incoloro, las desgrana. Se dispersan un poco, se limpian los lentes o sacuden pelusitas del hombro. Van bajando a la calle y dejan su reflejo en la laguna, como si quedara una parte de ellas, para siempre, suelta junto al trazo líquido de las aves de cuerpos blancos. 
Entonces se van, en silencio como llegaron. Abrazadas de a dos o en ese abrazo solitario, al propio cuerpo, que las mujeres pueden darse. Abrazo de ojos fijos en suelo, el dorso de la mano borrando las huellas del llanto. Las devora la entrada oscura del metro o se pierden por la vereda, entre los otros.
El parque de las lágrimas se vacía como si un sol apagado saliera de pronto.

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