"...sitting in his nowhere land, making all his nowhere plans for nobody".

29 de noviembre de 2012

Palabras robadas: "Ida"




Ida
Damián Huergo
Parque Moebius - 2012

Con dieciocho o diecinueve años y un mapa endeble trazado en tinta negra por mi viejo en uno de mis bolsillos —“esta es Rivadavia, hacé de cuenta que es la columna vertebral de Buenos Aires”, “estas son las avenidas principales”, “acá las calles cambian de nombre”— yo me movía por la ciudad con éxito relativo (y cada dos por tres me perdía espantosamente). El impacto de esa Buenos Aires desmesurada, nueva para mí, incluía toda clase de trabajos precarios y mal pagos, vagabundeos por la plaza del Congreso a las tres de la mañana, la observación deslumbrada de los ríos de cucarachas en las noches de verano, colas interminables frente a un teléfono público pinchado y, por supuesto, el quebrar la ciudad y su cinturón suburbano leyendo un libro, colgada en los vagones zigzagueantes de subtes y trenes. Tomar el subte en la dirección contraria y asomar a un barrio extraño, hostil solo por nuevo. “Pasarse” en el tren —no advertir que “Lomas” se ha convertido inexplicablemente en “Pueblo de la paz”— y seguir, seguir, ver pasar “Burzaco” con extrañeza, confirmar las sospechas al ver ralear las casas y casi irrumpir el campo. Moverse en el submundo de andenes renegridos, túneles y escaleras con paños en el suelo cubiertos de mercadería de colores, parrillas humeantes, voces que ofrecen alfajores, linternas a pilas, o gaseosas, o tijeras con buen filo. Ver estallar la fiesta de la fauna humana con fuerza poderosa.

Lo que no sospechaba en ese momento es que unos años después un libro me devolvería, en una dosis generosa y certera, esa fascinación. Y no solo hablo de los trenes: están también los laburos precarios y los libros, el otro eje de estas quince historias cortas que sorprenden por su soltura sin privarse de calar hondo —en la conciencia de los personajes y en la de quien las lee—.

No podría decir si los relatos de Ida son crónicas disfrazadas de cuentos, o cuentos que se visten de crónicas. Tal vez un poco de las dos cosas. Con la primera persona los relatos toman la andadura de la crónica: quedan plasmados como en un viaje onírico los mates apurados, las mañanas del laburante, los viajes entre lagañas y gente en los vagones atestados del Roca. Con la tercera persona la ficción mete más la cola, se produce el alejamiento necesario para transitar con más osadía los caminos de la invención.

Damián Huergo exhibe la poco frecuente habilidad de moverse en el terreno de las costumbres sin caer en el costumbrismo. No se priva del absurdo: el periplo descabellado del traslado de un sillón en tren (“Dos hombres y un sillón”), el rescate colectivo de un hombre presuntamente muerto (“Plaza Constitución”), un inesperado cambio de identidad (“El día que fui Emiliano Martín”). No le huye a la muerte pero tampoco se regodea en ella (“Grano de arroz”). Puede transitar los segundos largos de una espera en apariencia estéril (“El olor de los tilos”). No teme relatar el hurto de un libro, las miradas a un escote, las mentiras en una entrevista de trabajo. Tampoco omite el trazado de su propia historia como lector en una ristra de referencias literarias concretas que bien podría convertirse en la lista de lecturas “por descubrir” de muchos de nosotros.

Soy egoísta y me quedo, para arrancar, con esa devolución de postales necesarias, pero podrán ver que hay mucho más para tomar de Ida —un libro corto, ágil, editado por la reciente e interesante Moebius—. La muchachada, agradecida.

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